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Covadonga, el santuario de Asturias

Covadonga es, con mucho, el lugar más emblemático de Cangas de Onís y posiblemente de Asturias. Un espacio cargado de fuerza telúrica y de un simbolismo religioso e histórico al menos desde la Edad Media hasta el presente, este espacio no deja indiferente a nadie.

Hay que remontarse al S.VIII para encontrar el origen de la Covadonga actual, pues quiso la providencia que en este lugar el caudillo Don Pelayo se refugiara con un puñado de seguidores y plantaran cara al ejército musulmán que ya había ocupado toda la península, dando lugar tras su victoria a un culto cristiano que se mantiene después de 12 siglos.
Posiblemente ya existía en el lugar un culto anterior, pagano o cristiano, o ambos en paralelo o que se sucedieron en el tiempo. La tradición piadosa y las crónicas medievales relatan que Don Pelayo entró en la cueva persiguiendo a un ladrón, y lo encontró postrado ante una imagen de la Virgen. La noche antes de plantar batalla ante el ejército musulmán la Virgen se apareció en sueños al futuro rey y le entregó una cruz de madera diciéndole: “Con este signo vencerás”. El resultado fue favorable al menguado ejército cristiano (la desproporción era aproximadamente de 1 a 6), Pelayo fue elegido rey, y la cruz y el profético mensaje divino se convirtieron en estandarte y emblema de la monarquía asturiana. Y la imagen de la Virgen a la que se empezó a dar culto se llamó María Santísima de las Batallas, como se denominó hasta al menos el S.XVIII.

La conversión de Covadonga en un gran santuario parece que no fue inmediata porque, entre otras razones, Don Pelayo funda una iglesia en Abamia, lugar en el que decide enterrarse, y habrá que esperar al reinado de su yerno, Alfonso I (739-757), para que se funde una iglesia en el lugar de la famosa victoria.
El templo original se llamó “templo del milagro” no por la aparición divina, ni siquiera por la victoria cristiana, sino porque para aprovechar el angosto espacio de la cueva se construyó una estructura que ampliaba y cerraba la misma volando sobre el abismo, creyéndose obra milagrosa tanto su construcción como su mantenimiento. De hecho la representación más clásica que existe de ese antiguo templo representa a los reyes Alfonso I y Pelayo arrodillados ante la Virgen, y a unos ángeles portando maderos para la construcción del templo. En el S.XVI el comisionado real Ambrosio de Morales hace una completa descripción del mismo, aunque advierte de “manifiestos signos de obra nueva”, en alusión a las continuas reformas que sufriría el templo a lo largo de los siglos.

En época medieval debió contar el santuario de un edificio de cierta importancia, hoy desaparecido, pues en el claustro de la Colegiata de San Fernando, construida en el S.XVI y ampliada en el S.XVIII, se conservan unos magníficos sepulcros románicos, probablemente del S.XII, y por las descripciones conservadas se sabe que la talla que se veneró hasta el S.XVIII era una talla románica de la Virgen Sedente.

La suerte de Covadonga cambia definitivamente la noche del 16 de octubre de 1777 cuando, “por los muchos cirios acumulados por los peregrinos” se desata un incendio que destruye por completo el templo del milagro y todo su contenido: ajuar sacro, joyas, libros y hasta la talla de la Virgen de las Batallas.

A partir de ahí se inicia un lento y difícil camino de restauración con muchos altos y bajos que no concluirá hasta entrado el S.XX. El propio rey Carlos III toma cartas en el asunto y comisiona al arquitecto de la Corte y director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, Don Ventura Rodríguez. En plena época academicista se plantea un grandilocuente templo de corte neoclásico llamado a ser el espejo de “las glorias de la Nación Española”. Adosado contra la roca se estructuraba en tres niveles: el inferior se plantea como un zócalo monumental dedicado exclusivamente a canalizar las aguas que surgen de la roca (el río Diva); la primera planta constituye el acceso monumental y la tumba de los primeros reyes; sobre este nivel el cuerpo principal del edificio, cubierto por un cúpula, que engloba en su interior la Santa Cueva, donde se sigue venerando a la Virgen y con una fachada con pórtico monumental de estilo corintio rematado en un frontón.

Del templo proyectado solo se ejecutó la parte más baja, correspondiente a la canalización del río, lo que actualmente constituye el desagüe del estanque o pozón. La vista desde el puente de madera de la senda peatonal es magnífica, apreciando en todo su esplendor la gran obra de ingeniería y la belleza de la llamada “cola de caballo”.

Paradas las obras hay que esperar casi cien años para encontrar una solución definitiva. De la mano del Obispo Sanz y Forés, el canónigo Don Máximo de la Vega y el polifacético artista Don Roberto Frassinelli, se trazan los principales rasgos de la Covadonga actual: se construye una capilla dentro de la Cueva (el llamado Camarín), y se acuerda la nivelación de un cerro cercano, el llamado Cueto del Magistral, para construir un templo monumental que permita dar cabida a las gran afluencia de peregrinos, respetando así la visión de la Santa Cueva. Para el estilo del Camarín se inspira Frassinelli en el arte prerrománico asturiano y lo construye en madera policromada; la Basílica inicialmente proyectada constaba de cuatro torres, a imitación de las iglesias románicas alemanas (dejadas posteriormente en dos por Federico Aparici, encargado de continuar y rematar el templo) y se edifica en caliza roja (griotte) de canteras cercanas (este tipo de caliza pasó a llamarse “rojo Covadonga”).

Las obras del nuevo templo se iniciaron en 1877 y se inauguró el 7 de septiembre de 1901. Lo más destacable de la basílica es el propio edificio y, especialmente, su teatral emplazamiento. Aunque su interior resulte un poco frío por la falta de grandes obras de arte ofrece el atractivo de la sencillez arquitectónica y un altar donde se conservan las piezas principales: la imagen sedente de la Virgen, obra de Samsó, y los cuadros de Don Pelayo en Covadonga, obra de Madrazo, y la Anunciación de la Virgen de Carducho, excelente obra barroca.

La imagen que ofrece actualmente la Santa Cueva responde a las reformas llevadas a cabo en los años 40 del S.XX por el arquitecto Menéndez Pidal. Destruido El camarín de Frassinelli en 1938 se construyó el nuevo en piedra al estilo de las pequeñas iglesias rurales, y para la veneración de la Virgen se levantó una artística exedra o figurado ábside formando una arquería, que se decoró con imágenes de los reyes de Asturias de estilo medievalizante. De la misma estética es el antipendio del altar, que recrea en plata una idealizada representación de la Batalla de Covadonga, con un agigantado Rey Pelayo y una imagen sedente de la Virgen al estilo románico.

La actual imagen de La Santina data del S.XVII, y fue donada por el Cabildo de la Catedral de Oviedo para sustituir a la románica desaparecida durante el incendio. Fue coronada canónicamente el 8 de septiembre de 1918 en presencia de Su Majestad Alfonso XIII. Solo el día de su festividad (8 septiembre) luce las magníficas coronas originales, fabricadas en platino, diamantes y piedras preciosas. El resto del año se pueden contemplar en el Museo.

En una covacha lateral se conservan los sepulcros en piedra de Don Pelayo, su mujer y hermana, traídos aquí desde Abamia en el S.XIII, y de Alfonso I y su mujer.

A los pies de la Santa Cueva la llamada Fuente del Matrimonio, a la que la mentalidad popular atribuye influencia para llevar al altar a “la niña que de ella bebe”, y salvando el desnivel entre ambas la Escalera de la Promesa, que muchos peregrinos recorren de rodillas como acción de gracias.

El Museo de Covadonga ofrece un interesante recorrido por la historia del Santuario. Cuenta con una serie de lienzos de todos los reyes de Asturias, además de interesantes piezas de orfebrería (coronas de la Virgen y el Niño), escultura (cristo de marfil) y otras artes decorativas, como el manto bordado en oro que la Reina Isabel II regaló a la Virgen en su visita de 1858.
El Santuario se completa con la Campanona, pieza de fundición de 4 toneladas de peso decorada con escenas de la Divina Comedia, y que fue premiada con la medalla de oro de las artes en la Exposición Universal celebrada en París en 1900, y otros edificios de interés como el Hotel Pelayo (1909), las Casas de los Músicos (S.XVI) o el Mesón de Peregrinos (S.XVII).
La conmemoración del XII centenario de la batalla de Covadonga, en septiembre de 1918, se aprovechó para inaugurar solemnemente el Parque Nacional de la Montaña de Covadonga (llamado de los Picos de Europa desde 1995), que se convirtió así en el primero de los espacios protegidos de España.


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